Diseño Curricular - ANTIESCUELA DE IVAN ILLICH


Los años sesenta fueron los de una antiescuela que preconizaba Iván Illich en línea con la lucha contra la autoridad o la jerarquía de cualquier orden. Cincuenta años más tarde, en Estados Unidos, se extiende la moda de la antiescuela en las élites como alternativa a la imperante educación en serie.

Si el consumo se customiza, si el trato al cliente se personaliza, si los automóviles o las zapatillas pueden fabricarse a gustos de cada cual, ¿cómo mantener la producción de los ilustrados con un programa común? Si existen entrenadores personales para el pilates, coachs individualizados para la salud psíquica y, cada vez más, se espera la medicina y la farmacología individualizada, el rebrote del profesor particular pertenece a la misma onda.

 Hasta hace poco, en Estados Unidos existía el llamado homeschooling -o escuela en casa- patrocinado por organizaciones o sectas religiosas. Para ellas, la ventaja central de impartir una educación completa en el hogar ha consistido en prevenir de contagios indeseables en el medio público. El pupilo era adoctrinado sin infectarse de ideologías agnósticas, se le protegía además del bulling y la violencia escolar en general, se le amparaba de la contingencia de un compañero asesino en serie o se le vigilaba mejor respecto al consumo de drogas. Lo público es en Estados Unidos un reino propicio al mal, mientras lo privado evoca los principios de la patria bendita.

Pero ¿un niño educado sin socialización? Los defensores del homeschooling sostienen que la socialización siempre llegará, tarde o temprano, y se realizará mejor sin ser víctima (o delincuente) como efecto de las sevicias que acechan en los medios escolares, desde la pérdida de la salud a la pérdida de la virginidad.

 A la objeción de que una enseñanza particular con grupos de cinco a siete alumnos sería muy cara responde Enzensberger argumentando que, en su país, sólo un 60% del gasto para el sistema educativo público se invertía en personal. El restante 40% se empleaba casi íntegramente en la construcción y mantenimiento de los edificios escolares. Y a esto había que añadir además las subvenciones para transporte de alumnos y los costes para la burocracia, todos ellos susceptibles de ahorro mediante el nuevo sistema. Todo ello sin contabilizar el provecho que se obtendría destinando las escuelas vacías a otros fines sociales como asilos de ancianos, viviendas para los sin casa o centros de salud.

Pero ¿podría llevarse a la práctica un proyecto de esta naturaleza sin un grave trastorno de la cultura en general? El fenómeno se encuentra hoy mucho más favorecido por el acceso a las incontables fuentes de saber a través de Internet, por la extensión de los videojuegos educativos que, por ejemplo, ya emplean en sus asignaturas la tercera parte de los profesores del Reino Unido y a través de los cuales se avanza tanto en el conocimiento de la historia como en el alivio de la obesidad mórbida de los alumnos.

La interacción es la base del conocimiento o la curación. Pero, al lado de esta nueva manera de crear, asumir o intervenir ¿no parece demasiado pasiva la clase tradicional? ¿No parece demasiado mostrenco el sistema de alistar a unas decenas de estudiantes en la rigidez de un aula? Todo lo que se debata hoy sobre la enseñanza se confundirá enseguida con la más directa investigación de un nuevo sujeto y una cultura en mutación, inconteniblemente en marcha.

 

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